SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

El instrumento con el que se provoca el vuelco.-

En el apartado anterior hemos considerado lo que en una revolución se dice que se va a cambiar. Concretamente lo hemos visto en la rusa y hemos repasado en qué consistió el cambio en cada uno de los grupos en que podrían dividirse los trabajadores rusos.

Decíamos que veríamos también el instrumento con el que se hacía el cambio. Y lo vamos a ver.

Los comunistas mantenían, antes de conseguir el gobierno en ningún país, que los obreros, guiados por el partido comunista, conseguirían por la violencia la dirección del gobierno (ellos hablaban del Estado, es decir, el conjunto de todas las instituciones), y con este instrumento en sus manos harían la revolución.

Así lo mantenía Lenin, a lo largo de todas sus intervenciones, y de una manera muy especial en un libro que precisamente acababa, cuando sus compañeros le pasaban aviso para que volviera a Rusia, de donde estaba desterrado, para hacerse cargo de la toma de la dirección del nuevo Estado, cosa que ocurrió ya con la presencia de Lenin allí.

Con esta idea sobre el Estado, con este concepto sobre qué es el Estado, contaron para hacer la revolución.

La experiencia, la práctica, no los sacó del error, porque la práctica no saca de ningún error, pero les puso delante de la cara, que el instrumento que pretendían utilizar no era como ellos lo veían. La práctica, la experiencia, no saca de ningún error, del error se ha de salir uno. La práctica nos proporciona datos que ponen en cuestión el concepto que estamos utilizando y nosotros (el que dirige la práctica), ante el mal funcionamiento del concepto, al operar sobre la práctica, podemos hacer dos cosas. Una, insistir y seguir con el mal funcionamiento evidente. Otra, parar y reflexionar, admitiendo que el concepto tal y como lo utilizábamos no opera bien en la práctica, y tratar de reelaborarlo a la vista de los malos resultados. Esos malos resultados son el nuevo dato con el que hay que rehacer el concepto para volver a aplicarlo, a ver qué ocurre. Así avanza el conocimiento y su aplicación a la realidad concreta.

Lenin así lo entendió, y cuando corría el quinto aniversario de la Revolución, es decir, cuando había ya transcurrido un tramo significativo de práctica revolucionaria, empezó a desconfiar de que el Estado fuese el instrumento tan dócil que él pensó manejar en beneficio y para hacer avanzar la revolución. Y empezó a repensarlo todo. No sirvió de mucho. Hubo de sentarse en su sillón de enfermo, e ir perdiendo fuerzas, y por consiguiente presencia en el partido, es decir en el Estado. Murió y su sucesor Stalin, tiró adelante con la idea original, con el concepto que al principio Lenin tenía del Estado.

El Estado no es una “cosa”. No es un cañón que maneja el enemigo y que, cuando cae un nuestras manos., le damos la vuelta y lo utilizamos contra él. El Estado no es una fortaleza a la que ponemos cerco, y que cuando logramos asaltarla y conquistarla, la arrasamos para que nunca más la pueda utilizar el enemigo. Hay que destruir el Estado de los burgueses, dicen siempre los revolucionarios, con ese Estado están avasallando y explotando a los obreros. Y se nota que se refieren al Estado como si fuera una cosa en manos de los burgueses, y que cuando los obreros, mediante la violencia, agarren con sus manos esa cosa, destruirán esa cosa y acabarán con los burgueses.

El paso siguiente se presentó en la teoría y en la práctica. Una vez tomado el Estado, acabado con la burguesía y destruido el propio Estado, ¿qué se hace? ¿Se monta un nuevo Estado, el Estado de los obreros?

Los estudiosos, los teóricos, los interesados en estas cuestiones, estuvieron de acuerdo en que efectivamente, había que sustituir al Estado de los burgueses con el Estado de los proletarios y se llamaría la dictadura del proletariado (esto viene a significar que sólo estaría dirigido por los obreros – por eso se llamaría dictadura-, los burgueses no participarían porque lo tendrían expresamente prohibido).

Llevar esto a la práctica no resultó tan fácil cuando se presentó la ocasión. Manejar el Estado ruso no era, evidentemente cosa de obreros. Mantener en funcionamiento el Ministerio de Asuntos Exteriores, el de Defensa, el de Hacienda, etc. exigía la actuación de unos trabajadores de altísima cualificación técnica que quedaba lejos de las capacidades de los obreros. Lo que sí se podía hacer era poner al frente de la dirección de cada ministerio a uno o varios miembros del partido comunista que se ocuparían de que se siguieran las líneas de actuación que el partido hubiese decidido. Y eso se hizo.

Ya hemos visto cómo ocurrió. Lenin, que en su persona reunía a la vez la condición de gran teórico y mejor dirigente en las batallas diarias de la revolución, creyó percibir que, después de cinco años de rodaje, aquel nuevo Estado no sólo no funcionaba, sino que era un obstáculo para que las cosas marchasen. Seguramente empezaba a desprenderse de la idea de que el Estado era una cosa que se manejaba en una u otra  dirección y que en cualquiera de ellas funcionaba.

Lenin había estudiado a Marx. Y había asumido las ideas y los análisis que éste había hecho con ocasión de la Comuna de París, referidas gran parte de ellas al Estado. Pero, igual que Lenin comenzaba un giro en su idea sobre el Estado, cuando le sobrevino la muerte, Marx trabajaba sobre un libro – El capital- cuando murió sin poder acabarlo, en el que dejaba las huellas de un concepto sobre el Estado mucho más elaborado que el del Estado “cosa”, que se puede utilizar en varias direcciones.

Lenin partió de la idea que Marx y Engels utilizaban en sus numerosas obras, muchas de ellas conjuntas, y en sus también numerosas intervenciones en organizaciones obreras.

Stalin, por su parte cuando le tocó actuar, colocó toda la producción bajo la dirección del Estado, cosa que no había hecho Lenin, y todo el Estado bajo la dirección y control del partido comunista. Hay que añadir que todo el partido comunista estaba sujeto a la jerarquía de su Secretario General, con lo que éste ejercía la dirección suprema de la producción y de todas las instituciones del Estado ruso.

Este es el modelo de Estado que se siguió en la práctica totalidad de los países en que gobernó el partido comunista.

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